Un 14 de abril más en nuestro peculiar país habrá una selecta minoría que dedicará la jornada de hoy a exaltar la república. La diferencia en esta ocasión estriba en que muchos de esos activistas «republicanos» que durante anteriores años salían a la calle detrás de la pancarta se encuentras ahora en las instituciones, en su mayoría las municipales, y por tanto es de suponer que la alegal bandera tricolor con el morado que nunca fue el color del pendón de Castilla que era carmesí lucirá en los balcones de las casas consistoriales en las que los «ahoras», «en comunes», «mareas» y demás coaliciones de izquierda dura gobierna. La verdad es que esto es como lo de las esteladas en Cataluña, folclorismo al que hasta se suman no pocos miembros del PSOE.
Porque como bien reconoce el dirigente de Izquierda Unida Alberto Garzón, no se trata de defender un sistema de gobierno que ha sido ya adoptado por buena parte del resto de estados en todo el mundo, sino de una ideología: «El republicanismo es, ante todo, una tradición de filosofía política; una forma de entender el propio arte político. Hay un hilo de esta tradición que va desde Efialtes hasta Marx, pasando por Robespierre y algunos rasgos del pensamiento de Maquiavelo y Jefferson. Frente a ella se elevaría una tradición elitista, liberal, que va desde Aristóteles y Platón hasta los girondinos franceses y el estadounidense Hamilton, por poner algunos ejemplos.»
Y por si alguien tenía alguna duda acerca de que llamarse republicano en España es el eufemismo fino para no definirse de entrada como comunista, Garzón confirma en su artículo: «el socialismo es hijo directo del republicanismo. El concepto de fraternidad de Robespierre –ese tercer valor de la triada revolucionaria y al que menos atención se le ha prestado en la teoría liberal- expresaba una suerte de hermanamiento entre individuos que pretendían ser libres en sentido positivo, es decir, que querían emanciparse frente a las necesidades. Huelga decir que Robespierre y los jacobinos tuvieron encendidos debates con los girondinos no en torno a la forma de Estado –ambas facciones eran republicanas- sino sobre el alcance de la palabra libertad. Marx, en gran medida, continuó ese hilo al afirmar que el reino de la libertad comienza donde termina el reino de la necesidad.»
«Ese republicanismo socialista, o republicanismo de izquierdas si se prefiere, es el que necesitamos reivindicar en un tiempo histórico marcado por la extensión de las privaciones y las necesidades.»
Más claro, el agua.
Si la II República proclamada hace hoy ochenta años fracasó fue precisamente por el sectarismo de la izquierda que nunca permitió a la derecha participar del nuevo régimen. Los intelectuales liberales que la promovieron como Ortega, Marañón o Maura enseguida se bajaron del carro cuando vieron que aquello era para el socialismo de la época la antesala de la dictadura del proletariado que desde hacía más de una decada ya estaban aplicando en Rusia: «no es esto, no es esto». Sin ahondar en aquella historia que tan bien nos narra José Javier Esparza en este artículo y volviendo al presente comprobamos que la izquierda, a excepción de aquellos años de la transición con Carrillo -¡qué remedio!-, nunca ha abandonado ese sectarismo que será el que evitará que en España haya algún día un sistema de estado republicano tan neutral como lo es en Francia, Alemania, Italia o Estados Unidos. Antes caerá la monarquía por los propios deméritos de los Borbones que por la eficacia de los que se dicen promotores de la república. Ante este panorama no necesitamos ni siquiera entrar a discutir las mismas razones de filosofía política a las que alude Garzón, para pedirle a Dios que nos libre de estos republicanos y nos guarde por muchos años al Rey.
Mi querida y mañana no será republicana España
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