¿Cuál es la finalidad de la comunidad política?
Un político que actúa, y quizás lo más noticiable, en cumplimiento de su programa electoral. El alcalde de Verona retira la ideología de género de las escuelas y bibliotecas infantiles municipales. Como es lógico los supuestos amantes de la democracia no aceptan que un político cumpla su programa electoral, que, además, fue votado por los electores. Ya saben aquello de que la gente si no vota lo que yo considero se equivoca y no hay que hacerle caso. En esa tesitura están todos aquellos que acosan al alcalde de Verona por cumplir su promesa electoral de combatir el adoctrinamiento LGTBI.
Pero detrás de esta polémica y al margen de que muchos colectivos no aceptan las reglas de la democracia que dicen defender, hay una cuestión de fondo más profunda. ¿Cuál es la finalidad de la comunidad política? Tradicionalmente, ya desde tiempos Aristóteles la respuesta clásica era que la comunidad política «permitir una vida virtuosa, una vida plenamente realizada». Esta finalidad enlazaba con la obligación de la autoridad de buscar el Bien común. Obviamente hablar de vida virtuosa, vida realizada, Bien común, exige una referencia a la Verdad y al Bien. Así se ha entendido tradicionalmente el papel de la comunidad política y la autoridad.
Fruto de la modernidad, del relativismo, al difuminarse el concepto de Verdad y Bien, incluso de negarse la posibilidad de conocerse emergen nuevas teorías sobre la comunidad política. En el ámbito del liberalismo filosófico y político, muy deudores del relativismo, aparece la teoría de la neutralidad del estado. El estado debe mantenerse neutral ante la diferentes visiones del Bien y la Verdad, simplemente debe procurar, por un lado, que cualquier visión tenga cabida en la comunidad política (es decir, el fin de la comunidad política es asegurar un supermercado de opciones y visiones de vida); por otro lado, debe procurar que esas diversidad no impida una convivencia pacífica, es decir, la autoridad se convierte en un gestor de conflictos, que es muy distinto a promotor del Bien Común. De fondo esta supuesta neutralidad del estado implica que el estado se abstiene ante el Bien y la Verdad. Ese es el mundo en el que vivimos hoy.
Por eso sorprende gratamente que haya políticos que al menos en algunas cuestiones ejerzan la autoridad en base a su concepto clásico. Un concepto que apuesta porque la Verdad y el Bien tengan presencia en la vida pública, sin que ello exija necesariamente una intromisión ni ilegítima ni excesiva en la libertad de la personas. Una cosa es que las personas dentro los límites que exige la convivencia puedan elegir libremente una forma de vida, y otra muy distinta es que la autoridad deba promover, apoyar o fomentar por igual la virtud o el vicio. Lo primero se promueve y lo segundo se desaconseja.
Da gusto saber que quedan políticos como el alcalde de Verona.
Mi querida y clásica España.
Categorías:Regeneración Democrática, Relativismo
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